La cruz de San Damián es el crucifijo más difundido en el mundo. Su fama se debe a que éste le habló a san Francisco dándole dirección en un momento de gran duda e incertidumbre en su vida. Al acercarse a la iglesita de San Damián en las afueras de Asís, Francisco decide entrar y orar en ella, se arrodilla ante este gran crucifijo y le pregunta ¿Dios mío, qué es lo que debo hacer? Jesús le responde: Francisco, ve y repara mi Iglesia. El, lleno de gozo y del Espíritu, se levanta e inmediatamente lleva a la práctica lo que escucha, poniéndose a reconstruir la Iglesita; no sin antes de darle al sacerdote una suma de dinero con que comprar lámpara y aceite para que ni por un instante falte a la imagen sagrada el honor merecido de la luz.
La cruz de San Damián, un ícono precioso que se cree está basado en el evangelio de san Juan. Tiene en su simbología un profundo sentido de inclusión: bajo los brazos de Jesús se reúne toda la comunidad, creyentes y no creyentes, judíos, romanos, mujeres y hombres, santos y pecadores, jóvenes y viejos a recibir la vida que nos regala Jesús resucitado. El Cristo de esta cruz no está muerto sino lleno de vida. Es por esto que este ícono refleja la identidad del CASFA: incluyente, en permanente conversión, comunicadora de vida, transformando las acciones de muerte en vida plena con la fuerza de Jesús. Cada uno de los integrantes de CASFA somos llamados a ser dadores de vida y comunicadores de alegría y esperanza. Es por esto que la cruz de San Damián lo llevan todos los estudiantes en su uniforme y es el símbolo más integral de la comunidad educativa del CASFA.
El joven Francisco está pasando una grave crisis espiritual, lleno de dudas, incertidumbres y tinieblas. En ese estado de ánimo, «guiado por el Espíritu» entra en la iglesita de San Damián, se postra suplicante y devoto ante el Crucifijo, y, tocado de modo extraordinario por la gracia divina, se siente totalmente cambiado. La imagen de Cristo crucificado le habla desde el cuadro: «Francisco -le dice, llamándolo por su nombre-, vete, repara mi casa, que, como ves, se viene del todo al suelo Francisco queda estupefacto y casi pierde el sentido por las palabras que ha oído. Pero inmediatamente se dispone a obedecer y todo él se concentra en el mandato recibido (2 Cel 10). Según la Leyenda de los Tres Compañeros, Francisco respondió: «De muy buena gana lo haré, Señor» (TC 13). Celano añade que el Santo nunca acertó a describir la inefable transformación que experimentó en sí mismo.
Francisco, escuchada la palabra de Dios, inmediatamente la pone en práctica cumpliendo el mandato recibido, factor verbi. «Pero no se olvida de cuidarse de aquella santa imagen, ni deja, negligente, de cumplir el mandato recibido de ella. Da luego a cierto sacerdote una suma de dinero con que comprar lámpara y aceite para que ni por un instante falte a la imagen sagrada el honor merecido de la luz» (2 Cel 11). Desde entonces, Francisco aparece íntimamente herido de amor a Cristo crucificado, participando en la pasión del Señor, cuyas llagas lleva ya impresas en el corazón (2 Cel 11). Los Tres Compañeros añaden que Francisco quedó «lleno de gozo» por la visión y por las palabras del Crucificado (TC 13; 16). Santa Clara, en su Testamento, recuerda el hecho de un modo más bien velado, pero muy significativo, que merece atención. «Cuando el santo no tenía aún hermanos ni compañeros, casi inmediatamente después de su conversión, y mientras edificaba la iglesia de San Damián, en la que, visitado totalmente por la divina consolación, fue impulsado a abandonar por completo el siglo...» (TestCl 9-10). Según la Santa, pues, esta visión del Crucifijo fue un éxtasis de amor gozoso y el impulso decisivo para la conversión de Francisco. Los Tres Compañeros, que parecen muy próximos al Testamento de santa Clara, se complacen en resaltar esta «alegría» del Santo, llamándola embriaguez de amor divino, dulzura y regocijo en el Señor, y esto también cuando, hablando en francés, pedía, «por amor de Dios, aceite para alumbrar la lámpara de la dicha iglesia» (TC 24; cf. 17, 21, 22; 2 Cel 13).
La cruz de San Damián nos muestra a un Jesús resucitado, lleno de vida y victorioso ante la muerte. En ella vemos a Jesús que nos recibe con los brazos abiertos, bajo los cuales vemos representada a toda la comunidad cristiana: viejos, jóvenes, mujeres, niños, gentiles y judíos, toda la comunidad de una manera inclusiva e integradora. En el ícono vemos en la parte superior a Dios Padre recibiendo a Jesús resucitado rodeado de ángeles. Bajo los brazos de Jesús están María la Madre de Jesús y Juan, el discípulo amado. A la derecha se encuentran María Magdalena, y María la de Cleofás o madre de Santiago y al centurión romano. En la parte inferior encontramos las imágenes de San Pablo y San Pedro quien tiene sobre su cabeza el gallo como símbolo de la negación de Pedro en el momento de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo.